Capítulo 26: La boda, Parte 4

>> miércoles, 15 de abril de 2009

El sábado siguiente la Iglesia de San Juan estaba más llena que nunca. No había muchos en el pueblo dispuestos a perderse la ceremonia religiosa en la que Pedro, el hijo del hombre más importante del pueblo se iba a casar con una de sus habitantes más marginadas. Era como una boda de cuento, solamente que en esta ocasión el príncipe y la princesa eran personas que todo el mundo conocía.

EL padre Jerónimo se esmeró en redactar un sermón de matrimonio completamente nuevo y muchos sospechaban que lo oirían en todas las misas semejantes de los años venideros. Pedro padre había mandado a traer un coro de la capital y dos grupos para que tocaran en el banquete.
La comida corrió a raudales. Se sirvieron los platillos que eran tradicionales en la región para tales ocasiones, la barbacoa de borrego y el guajolote en mole, acompañados de frijoles, arroz verde y rojo, y tortillas azules echadas a mano por media docena de mujeres que no se daban abasto.

Los novios al recorrer las mesas para saludar a los comensales sufrieron una transformación profunda. Pedro, que en su interior siempre había rechazado a la gente del pueblo aspirando a una vida urbana más acomodada, se dio cuenta que esta gente era la suya, que la vida le tenía preparado un papel en el que eran fundamentales. Melisa se extrañó primero por la transformación que el simple hecho de casarse operaba en la gente. Muchos, que toda la vida le habían hablado con un despectivo “tú”, ahora la saludaban con un usted casi reverencial. La hija de la señora de la tienda se transformó en un personaje central del pueblo y Melisa decidió que iba a aprovechar ese cambio de percepción para que con su ejemplo la gente tuviera una inspiración para cambiar y mejorar sus vidas. Todavía no sabía cómo, ni de con qué iba a construir ese ejemplo, pero intuía que tenía que ser auténticamente ella para lograrlo.

Informados de la pasión de Melisa por la miel y las abejas, los padrinos del pastel, el presidente municipal y su esposa, se abstuvieron de traer el tradicional pastel de bodas y encargaron uno a un pastelero de origen libanés de un pueblo vecino que usaba la miel copiosamente como era tradicional en su cultura de origen.

El festejo culminó con castillos y toritos de fuegos artificiales contratados ex profeso con los mejores expertos de Tultepec.

En una de las mesas, pasó casi desapercibido un comensal invitado especialmente por el padre Jerónimo. Se trataba del nuevo médico de la clínica Rafael Guevara. Solamente Lilia, la hermana menor de Melisa cuyo sueño era convertirse en enfermera se acercó a conversar con el personaje a insistencia del mismo sacerdote quien la informó de su nuevo puesto y la importancia que iba a tener el experimento médico para el pueblo. Rafael decidió contratar a la muchacha de inmediato a pesar de absoluta falta de experiencia. Una intensión tan fervorosa tenía que ser fomentada y la chica ya aprendería rápidamente lo necesario.

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