Capítulo 26: La boda, Parte 2

>> miércoles, 15 de abril de 2009

Lo que no le mencionó Pedro a Melisa, por desconocer ese detalle, es que el señor Seeman, que ese era el apellido del señor alemán, un poco más lejos, en el interior del bosque, había mandado a construir dos pequeñas casas más para sus hijos. Una de ellas, en estos momentos estaba ocupada por Maritza y Delfino. La muchacha había decidido hacer escala en la casa de sus padres mientras resolvía cómo y cuando podía ir a las Islas Vírgenes para ampliar su conocimiento sobre los mamíferos marinos. Ambos habían arribado la noche anterior y nadie en el pueblo, salvo los Seeman, sabía de su presencia.

Unas horas más tarde, los cuatro habitantes del complejo se reunían en torno a una bien dispuesta mesa de desayuno en una veranda techada que tenía una espléndida vista panorámica sobre el valle ubicado al fondo del acantilado.

“¡Qué vista tan increíble tienen desde aquí!,” comentó Delfino entre dos bocados interrumpiendo el silencio, “aunque parezca raro comentarlo, se parece a la vista que tenemos en casa cuando uno se trepa a los acantilados de la costa. Solo que aquí abajo hay matices interminables de verdes y allá los matices son más bien azules y azul verdes.”

“Si, señor, no hay nada como una vista hasta el horizonte,” afirmó el señor Seeman, “por eso escogí este lugar para construir mi casa. Aquí uno no se siente limitado por nada. El espíritu vuela libre. Y, si hubiera escogido otro lugar hubiera sido probablemente un acantilado a la orilla del mar como el que describes.”

“Qué bueno que estamos aquí,” comentó su esposa, “yo no comparto la pasión de Maritza por el mar. El mar me asusta. Quizá tenga que ver con los recuerdos de mi infancia cuando siempre temíamos que la marea alta terminara por acercarse demasiado a nuestras casas.”

“Mi madre se crió en un paisaje maravilloso. Se llama el Wat y está en el norte de Alemania. Durante la marea baja puedes adentrarte en el mar por kilómetros caminando sin que agua te suba más allá de las rodillas. Si te portas bien, algún día te invito para que lo conozcas,” explicó Maritza.

“¿Me estás ofreciendo una relación más duradera entre nosotros?,” contestó Delfino sonriendo.

“Eso todavía te lo tienes que ganar. Por lo pronto confórmate con estar a mi lado,” replicó la muchacha riendo.

La familia siguió desayunando y ni Maritza, ni Delfino pasaron por alto las miradas evaluativas que los señores Seeman destinaban al muchacho.

“El fin de semana estamos invitados a una auténtica boda de pueblo. La más grande que se puedan imaginar. Al líder de los madereros se le casa su hijo y todos especulan que echará la casa por la ventana,” comentó finalmente la madre de Maritza, “espero que todavía estén presentes y nos puedan acompañar. Creo que va a ser algo memorable.”

“Supongo que eso de las Islas Vírgenes no va a ser tan rápido como esperaba. Hay muchas cosas que tengo que resolver antes, así que supongo que vas a poder contar con nosotros,” respondió Maritza, “no creo que Delfino se canse de este mar verde tan rápidamente.”

“Entonces propongo que te pongas a trabajar en tus asuntos, mientras me subo con Delfino a mi estudio para enseñarle mi maqueta.”

“Claro, papá, se que tienes que presumir tu Bienenstadt siempre que tengas la oportunidad de hacerlo y no te voy a robar ese placer,” se rió Maritza, con lo que el desayuno quedó concluido. Los hombres subieron al estudio, mientras las mujeres llevaban los restos del desayuno a la cocina.

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